:Soy como una pepita, escondida dentro de una calabaza, formando un piño con tantas otras, como en un estuche cálido y dorado, arropada por la pulpa que crece, madura y se vuelve jugosa hasta estar lista para ser degustada llegado su momento.
Ella puede ser la pulpa de escritores célebres, la ambrosía del descubrimiento único que crece como la espuma, la obra por la que se pelean los lectores ávidos de degustar el nuevo manjar.
Mientras que la pepita anónima se ignora, se desecha estimando que es insipida y, si por casualidad, esa pepita se cuela entre la pulpa tan deseada, la sensación de sorpresa no dura más que unos segundos, el tiempo que resbala sin tropiezo… nada de gran importancia. Esa pepita es rápidamente olvidada. No se comparte su valor.
Pero si alguien conserva esas pepitas, sin distinción alguna, y las prepara para conservarlas, para mimarlas, hará que la semilla anónima fructifique como las demás para proliferar en una obra milagrosa que también será la ambrosía del lectorado
Todo escritor, por muy anónimo que sea, escribe con la esperanza del milagro de encontrar a una persona curiosa y generosa que, como un demiurgo, haga resucitar la obra literaria, le dé vida y que, lo que no era más que una insignificante pepita, perdure y se vuelva una nueva promesa.
El amor por la escritura se cultiva como un tesoro que no tiene precio y da vida.
María Angeles
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